*-Gora

DETESTO LOS CONDENADOS EJERCICIOS FÍSICOS


Creo que nací con ese desprecio por todo lo que tenga que ver con moverme hasta sudar, marearme y enchastrarme de barro hasta la coronilla.

Por eso de chico me obligaban a jugar al fútbol, no fuera cosa que saliera "rarito", porque ahora no tanto, pero hace unos años todavía estaba aquello de que si eras varón te tenía que gustar el fútbol, y tenías que por lo menos jugarlo en algún potrero de barrio, la canchita atrás del patio de la escuela, en el liceo, o donde fuera...

Ahora ni se les cruza. Ya no es raro que no les guste. Y lo gritan a los cuatro vientos sin importarles el que dirán. Porque además, prefieren diferente tipo de emociones, como cortarse las venas con hojas de afeitar, y otras nimiedades de esas...
Pero en mi tiempo ( uy, que viejo sueno!) la cosa era distinta. Obvio que, como lo hacía más por obligación que por gusto, nunca salí bueno en lo de correr casi dos horas tras la cosa redonda ésa, a la que llaman "pelota".

Tanto era así que generalmente era el último en ser elegido cuando se formaban los cuadros, algo que también odiaba, ya que aunque tenía plena consciencia del asco que me provocaba la situación, a la misma ves detestaba que se notara tanto, después de todo también tengo mi corazoncito!

Pero eso de ser el primer elegido usualmente no ocurría, a no ser ante la eventual presencia de uno más traga (nerd) o duro que yo, lo que me brindaba algo de respiro!

Siguiendo con el razonamiento, se imaginarán que jamás metí un gol, pero se equivocan, porque sí lo hice, aunque fue una única vez, y de carambola, para ser sincero. El arco estaba libre y la pelota cayó al lado mío, mientras quieto como un poste contemplaba extasiado el hermoso color del cielo en aquella tarde. Nada de correr como un desquiciado tratando de sacarle con las piernas el redondeado objeto a los contrarios. Para qué me iba a esforzar, si estaba el resto de energúmenos de mi cuadro, ocupados en tan insigne tarea? Creo que al caer la pelota a mis pies, en un lapsus de lucidez sentí que debía empujar el balón hacia los palos esos, de los que cuelga una red, y así lo hice! Rodó y entró casi por inercia.

Todavía recuerdo que casi me hacen un monumento, entre todos mis compañeritos, que azorados contemplaron aquella maravillosa muestra de encanto y destreza deportivas, quizás previendo que se trataría de un fenómeno único, pues nunca más se repitió. Besos, gritos, refregues, abrazos, apretujes, intercambio de sudores y todo los que los cruza con chimpancés suelen festejar el siempre ansiado gol, que tanta felicidad les provoca.

Tres baños tuve que darme a la vuelta, para lograr sacarme la sensación de suciedad de encima! Y digo a la vuelta, y en casa, porque tampoco aceptaba aquello de bañarme con todos ellos, en el mismo lugar, bajo las duchas colectivas que me revolvían el estómago. Todavía hoy me pregunto a quién se le ocurrió la idea de que por ser todos varones no hay problema en encerrarnos juntos como ovejas a esquilar, a esperar el turno en que quede libre alguna canilla, mientras el resto de exhibicionistas, ya más desarrollados, se pasea desplegando encima de uno todo aquello con lo que la naturaleza lo ha dotado, quizás hasta aprovechando para manosearse, o manosear a otros, sin ningún tipo de tapujos y esperando no llamarle la atención a nadie, por el simple hecho de imaginar que todos somos iguales desnuditos, cuando de hecho no lo somos!!!

Ni da para elaborar una lista de las cosas traumáticas que pueden y suelen suceder en esos vestuarios, donde las burlas de uno y las frustraciones de otros son moneda usual, y vaya a saber los traumas que le pueden quedar a los chicos, simple y sencillamente porque los señores educadores no tienen en cuenta que todos los seres humanos necesitamos de nuestro propio espacio de intimidad, y mucho más en las etapas de formación de la personalidad!

Sin embargo, y muy a pesar de dichas contrariedades, se ve que no fueron muchos los traumas que a mí me quedaron, porque recuerdo que en alguna oportunidad hasta fui elegido para competir corriendo, en las encuentros de atletismo, lo cual prueba que no era falta de habilidades lo que me impedía disfrutar el ejercicio, sino que no entendía la necesidad de practicar esos deportes tan aburridos.

La cosa fue tal que seguramente hasta algo mareado por las clásicas contradicciones adolescentes, llegó un momento donde movido por la oportunidad de mudarme a la capital, hasta me decidí a realizar unas pruebas que me posibilitarían acceder a una vacante para completar el bachillerato dentro del tan afamado Liceo Militar General Artigas, en Montevideo. Había vivido hasta entonces en una ciudad del interior, y había sido siempre un muy buen estudiante, pero también tenía que desarrollar tareas laborales conjuntas, que no resultaban nada fáciles para un botija (chico) de quince años, pero que de todas maneras insistía en realizar, con tal de poder ayudar a mi familia. Algo que seguramente no es para nada raro en muchos lugares del país, a pesar de que se intente ver como algo tan inhumano! Por supuesto que por no estar ni siquiera en caja, o sea registrado dentro de lo que la ley exige, tampoco recibía un salario muy justo que digamos, el cual no alcanzaba ni a la mitad de lo que hoy es el salario mínimo nacional, pero para mis seguía representando un aporte, aunque pequeño, para la casa.

La idea de obtener un lugar que me asegurara un sustento, además de la oportunidad de seguir estudiando, a la vez que dejar aquel limitante empleo, me resultaba demasiado tentadora como para dejarla pasar. Que se entienda, no es que tuviera vocación militar ni nada por el estilo. Se trataba de una posibilidad concreta de mudarme a Montevideo a realizar esos dos años de secundaria que me faltaban, y en vez de seguir la Escuela Militar, simplemente renunciar, buscar un empleo en la capital, y cursar los estudios terciarios que apeteciese. Un plan perfecto si no hubiera sido por un pequeño gran detalle.

Conjuntamente con los exámenes intelectuales y médicos - entre los que se incluía una extraña revisión anal exhaustiva, supongo que para comprobar que no fueras homosexual, como si fuera tan sencillo de probar!!! - que desecharan cualquier sospecha de deficiencia genética probable, para poder ser admitido se exigían, además, una serie de pruebas destinadas a comprobar el alto nivel de aptitud física necesaria, para lo cual había que prepararse realizando qué? Sí, adivinaron! los malditos EJERCICOS FÍSICOS!!!

Yo pienso que pasados unos cuantos años a esta parte, algunos tests ya no deben realizarse, pero estoy seguro que lo de las pruebas de capacidad física se debe seguir exigiendo.

Dejemos en claro que éramos varios los que no considerándonos capaces del todo, aceptamos concurrir al batallón regional, a seguir una serie de clases donde un instructor militar aseguraba poder prepararnos para tan hercúlea tarea.

Allá fuimos unos veinte. Volvimos diecinueve. Bah, volvieron diecinueve! Mucho después volví yo, el número veinte!

Recuerdo haber salido temprano a la mañana, muy orondo y confiado, en la bicicleta de mi hermano, por la ruta que llevaba a ese instituto, siempre conduciendo el birodado en línea recta. Volví haciendo eses, porque no podía casi mantener el equilibrio, del desgaste corporal, mental y espiritual al que fui sometido en aquella oportunidad.
Nomás llegar y empezar a conocernos, nos presentaron al instructor, con su gorro y uniforme camuflado usual. Fue él mismo el que por una pequeña risita que llegó a escuchar, nos obligo a hacer cincuenta lagartijas a puño cerrado, la mitad apoyados en un sólo brazo, lo cual para mi fue mortal desde el inicio!

Luego comenzamos a trotar, siempre sin salir de formación, recorriendo varios kilómetros alrededor del campo de tiro, durante quince minutos, treinta, cuarenta y cinco, hora y media, dos... en realidad no recuerdo cuánto habrá sido, pero lo seguro es que a mí me pareció un tiempo infinito! Sintiendo que las piernas se me aflojaban, resistí hasta el final, tratando de disimular las ganas de echarme a llorar a gritos, como una damisela en peligro, y tratando de evitarme el papelón delante de mis recién conocidos compañeros. Esfuerzo que terminó resultando en vano, porque cuando tocó saltar dentro de un pozo de material, de más de tres metros de profundidad, del que había que picar y salir, ya la vergüenza fue inevitable.

Para entonces no contaba con un buen para de championes (zapatillas, tenis) de buena suela que me facilitara la odisea, por lo que por más que piqué, salté, manoteé, arañé, mordí y pataleé, no logré salir, debiendo el instructor llamar al resto de muchachos para que entre todos me sacaran, agarrándome de los brazos.

Me gustaría que sólo por un momento imaginaran lo que sentí allí, mientras era elevado casi de los pelos, de aquel pozo infernal, mientras recibía los insultos humillantes del instructor. Cabe recordar que es una técnica muy usual entre soldados, eso de agredir a la pobre víctima, intentando hacerla reaccionar al herir su amor propio. Y creo que de última funciona, porque me negué a darme por vencido, y me empeciné en demostrarle a todos que el problema estaba sólo en mi calzado, y no en la falta de fuerza de mis músculos. Grave error! Mejor hubiera sido dejar todo ello allí, y volver como una rata de alcantarilla, sin pena ni gloria, pero por lo menos no tan molido!

La siguiente prueba consistía en ascender un caño con la sola fuerza de brazos y piernas, y una vez arriba descender a través de una gruesa cuerda que desde la cima colgaba. Al principio el corazón me saltaba de alegría, porque después de todo, no parecía tan difícil. Otra vez, grave error! La serie de errores fatales era interminable. A veces me pregunto si se trataba de un clásico problema de la adolescencia, eso de equivocarse todo el tiempo en una situación como ésta, tan especial, que era casi de vida o muerte!

Ya con las lágrimas secas del fiasco anterior, trepé olímpico el caño, hasta con poco esfuerzo. Tantas horas de chico trepando a los parrales del barrio, a robar uvas, estaban rindiendo, después de todo. El problema eran las películas de bomberos por la tele, que mi hermano mayor se ufanaba en no perderse, por lo que la imagen de los susodichos lanzándose hacia abajo por el caño, que los llevaba directamente al camión cisterna, todavía no había sido extraída de mi subconsciente!

Fue nomás ver la cuerda, y cual acto reflejo, deslizarme elegantemente desde las alturas. Todo hubiera salido fantástico, con aplausos incluídos, sino hubiera sido por la sorpresa con la que mis compañeros me observaban azorados, y comprobar al mirarme a las manos, que ya las sentía arder, que no se trataba de un acto de impresión por la destreza que acababa de demostrar, sino de la barrabazada de la que había sido capaz. Todavía recuerdo el color rojo de la sangre que me brotaba a borbotones, mezclada con el humo propio de la fricción, y restos de las hebras que formaban el cordón, mientras del mismo aún colgaban trozos de la piel de mis manos y muslos. Se me ocurre que los muy desconsiderados deberían haber colocado por lo menos un cartelito que indicara : " no deslizarse, riesgo de sufrir quemaduras de tercer grado provocadas por el roce de la piel contra la cuerda", pero, a juzgar por el inmenso ardor del que estaba siendo presa, no lo habían ni intentado!

Eso sí, todos querían traerme vendas y desinfectantes, pero terco como siempre he sido, decidí continuar con los ejercicios. A ésas alturas no podía ni pensar con lucidez. Creo que me daba igual haber vuelto en una urna. Seguramente sea eso lo que les pasa a los que aceptan embarcarse en esas misiones bélicas suicidas que les encargan cumplir.

La siguiente prueba, en la que debíamos arrastrarnos bajo unos alambres de púas, y ser pinchados por las millones de espinas y abrojos que se ensartaban en nuestros cuerpos al pasarles por encima, no demoró en ser ordenada por el condenado coronel. Era eso, o los alambres de púas encima! Como Jesuscristo, preferí las heridas provocadas por las espinas, porque si algo siempre he sido, es pro naturaleza. Si algo te va a desgarrar, mejor que sea un a planta!

Y así siguieron el resto de las simpáticas pruebitas que no olvidaré mientras viva. Hasta la última que consistía en ir saltando de un poste - de metro y medio de alto- a otro, en un sólo pié, y tratando de mantener el equilibrio. Equilibrio!!! Pueden hacerse una idea de por dónde andaba mi equilibrio para entonces, no? Como si fuera momento propicio como para ponerme a jugar al "pequeño saltamontes"...grrrr....

Habiendo logrado llegar hasta casa de la manera que ya indiqué, a pesar del incalculable dolor en cada tendón, músculo, hueso y pensamiento, todos me preguntaban como me había ido, como si lo moretones no fueran suficientemente explicativos, mientras yo lo único que quería ver era mi camita adorada, de la que intenté empezar a levantarme tres días después, en los que sin siquiera necesidad de reflexionar, mandé mis sueños de militar al séptimo infierno!
Rápidamente asumido mi fracaso, lo único que tuve que hacer después fue esconderme detrás de alguna esquina, árbol o cartel, cada vez que por la calle veía aproximarse a cualquiera de los aspirantes que habían estado conmigo ese día, mientras rogaba a la suerte que ojalá se hubieran olvidado de mi cara, de una vez y para siempre.

Las cosas por algo tienen que ser, digo yo, porque seguí trabajando y estudiando en el liceo nocturno, hasta que me llegó el momento de mudarme a la capital a realizar mis estudios universitarios, que con tanto sacrificio, a la vez que gusto y placer, completé.

Hoy no quiero ni saber de actividades deportivas, ejercicios, ni ninguna de esas máquinas de tortura. Si no lo soportaba ni de chico, menos de grande se me ocurriría tener que meterme en los ducheros de un club deportivo, y terminar viéndome rodeado por el desagradable espectáculo que pueden brindar los señores mayores vestidos como Dios los trajo al mundo, pero con los testículos ya por las rodillas!!!

No sé si estaré tan sano, como los que corren todos los días, pero disfruto la vida, y le saco músculos a mis deditos mientras escribo estas líneas. No tendré un estómago como tabla de lavar ropas, pero tampoco estoy tan fuera de peso. No estoy interesado en la inmortalidad, y cuando me llegue la hora, no creo que sea tan importante dejar unos restos en forma, con buen tono y lustrosos. Me concentro más en ejercitar la fortaleza espiritual, que de última es lo único que seguramente nos quedará, si es que nos queda algo.

Tampoco creo que existan fórmulas para el éxito. De un modo u otro, cuando uno realmente lo quiere, y está dispuesto a pagar el precio, alcanza sus objetivos. Pero hay que estar muy atento a los medios elegidos, porque algunos son para uno, y otros sencillamente no.

Y por qué no?

PORQUE SON TOTALMENTE DETESTABLEEEEEESSSSS........!!!!!!!!!!!!PRUEBAS DE ADMISIÓN LICEO GENERAL ARTIGAS MONTEVIDEO, LICEO MILITAR, ESCUELA MILITAR, COLEGIO LICEO MILITAR, BACHILLERATO URUGUAY, FORMACIÓN MILITAR URUGUAY, ADOLESCENCIA EN EL URUGUAY, PROBLEMÁTICA MENORES TRABAJANDO URUGUAY, LEYES DE PROTECCIÓN MENORES, EMPLEO EN EL INTERIOR DEL PAÍS



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